Marco Antonio
27 años
27 años
Es el menor de ocho hermanos, y
sus recuerdos de niñez están llenos de sucesos traumáticos, precariedad
económica y tristeza. Su padrastro se suicidó delante de él. Su padre biológico
le lanzaba piedras para ahuyentarlo cuando él lo iba a buscar. Su hermano mayor
hizo las veces de padre, pero de una manera cruel, con rigidez y azotes,
haciéndole sentir permanentemente que no valía. Así creció pensando que lo que
más deseaba era un papá de verdad.
Como la familia se mantenía sólo
por el esfuerzo de la madre, que trabajaba en lo que pudiera, a veces no tenían
qué comer. Por eso él soñaba con ganar dinero. Cuando vio un payaso en una
plaza y le daban monedas se le ocurrió que él también podía hacer lo mismo.
Comenzó a realizar pequeñas labores, incluso vendiendo empanadas junto con su
mamá.
Los hermanos, todos mayores, se fueron
yendo a construir sus vidas. Él se quedó con su sufrimiento, pese a la cercanía
y al amor de su madre, su vacío emocional no pudo llenarse. Intentó suicidarse
alrededor de los 10 años, no lo logró. Pese a que su padre biológico continuaba
evitando el contacto, él siguió insistiendo, un día que hubo un problema en el
colegio lo hizo llamar, él nunca llegó. Ese día comenzó a fumar marihuana.
Tenía 12 años.
Después de un tiempo, cuando se dieron cuenta en la casa que fumaba marihuana, lo azotaban, al punto que él tiene cicatrices de esas palizas. Sin embargo, su mamá lo defendía,
no cesó nunca de apoyarlo, así que poco antes de cumplir los 15 años él decidió
dejar las drogas, él mismo fue a buscar un centro de tratamiento y
rehabilitación. Se internó, pero tuvo que escapar a los pocos días porque un
adulto internado en el centro intentó violarlo.
De ahí en adelante, su vida fue
una escalada de consumo y venta de drogas, e incursión en delitos de hurto y
robo. Era un consumidor de marihuana, pero también aprendió a consumir ‘pilas’
(medicamentos controlados), pasta base de cocaína y clorhidrato de cocaína. Fue
aprehendido muchas veces por la Policía y torturado de formas inimaginables en
las unidades policiales.
Marco Antonio también entabló una
relación con otra muchacha, igual consumidora habitual de drogas, una unión
irregular y conflictiva de la cual tuvo dos hijos, quienes han estado casi todo
el tiempo al cuidado de la mamá de Marco Antonio. Finalmente, habiendo llegado a la
cárcel por tercera vez, la pareja se fue, y ambos perdieron la custodia de sus
hijos.
Mientras las primeras dos veces
que cayó a la cárcel, estuvo preso pocas semanas, la tercera vez sí tuvo que
cumplir una condena de cinco años por robo. En la cárcel sustituyó el consumo
de marihuana por el de pasta base de cocaína. Durante un tiempo formó parte de
los “incorregibles” de la cárcel, no quería acatar reglas, se mantenía en
permanente confrontación con todos los reclusos.
Finalmente, con el paso de los
años, se fue cansando de la vida de violencia, drogodependencia y soledad, y
decidió buscar una salida, justamente en el momento en que estaba pensando en
un cambio se encontró con el programa de motivación.
El mismo le pidió a la juez que
en lugar de salir en libertad condicional, sea remitido a un centro de
tratamiento y rehabilitación de adicciones. Ahora está internado, ha superado
la fase de desintoxicación sin problemas y está dispuesto a continuar hasta
salir de la dependencia a las drogas, reconstruir su relación familiar y
recuperar su vida. Como él mismo dice: “Quiero recuperar todo lo que he
perdido. Tengo que ser feliz alguna vez”.
Sus únicos tormentos ahora son
los dolores frecuentes que tiene por la infección de varios de sus dientes que
en algunos casos llega a los huesos de la cara, y los grandes esfuerzos que
hace su familia para pagar la alta cuota mensual del centro del tratamiento y
rehabilitación. Para el futuro también tiene el desafío de la inserción social.
Micky
18 años
El nació en el campo, en una zona
de mucha producción agrícola pero también de mucha pobreza. Es uno de seis
hermanos, su padre los abandonó, sólo tiene a su mamá que vende en el mercado
de una provincia alejada. Movido por la pobreza, siendo niño vino a la ciudad y
buscó formas de sobrevivir.
Pasó su niñez limpiando parabrisas
de los autos con su hermanito, aprovechando las paradas en los semáforos, hasta
muy altas horas de la madrugada. Después con el dinero ganado comían y buscaban
telos (habitaciones/alojamiento donde duermen varias personas sobre el piso)
donde dormir. También se hizo miembro de varios grupos de muchachos en
situación de calle, probó a inhalar pegamento y fumó marihuana. Pero hay algo
en él, quizás esa permanente sensación de alegría y optimismo que muestra hasta
en los peores momentos, que lo protegió de caer en adicciones.
Experimentó varias aprehensiones
policiales, y las palizas y otras formas de tortura aplicadas por los
funcionarios policiales. Pasó también por varias de las
reiteradas “operaciones limpieza” en que las autoridades mandan a la Policía a recoger
a las personas que viven en la calle e internarlas en centros cerrados por un
tiempo, de los que después ellas escapan y vuelven a las calles a falta de
otras oportunidades.
Intentó volver a
vivir con su mamá, allá en el campo, ella también intentó llevarlo con ella,
pero diversas situaciones impedían que vuelvan a vivir juntos. Así que se quedó
en la ciudad, manteniendo mayor relación con su tío y sus primos.
Un día, Micky terminó de trabajar
lavando autos y fue a la avenida donde se encontraban un grupo de amigos suyos
que vivían en situación de calle; de repente uno de los muchachos introdujo el
brazo por la ventanilla de un coche y sacó un teléfono celular, al correr le
pasó al hermanito de Micky, y cuando la gente los agarró a todos Micky tomó el
celular para que el hermanito no fuera culpado. Micky fue enviado a la cárcel.
Los primeros días en la cárcel
los pasó muy asustado. No tenía forma de pagar ni derecho de piso ni cuota de
limpieza (cobros comunes que los delegados internos hacen a los nuevos
reclusos), y tenía miedo de ir al baño porque algunos reclusos lo amenazaban
con golpearlo o le hacían amenazas en broma que él tomaba en serio.
Después de fue tejiendo una red
de solidaridad alrededor de él. Estuvo seis meses preso, es físicamente muy pequeño
para su edad por lo cual su ingreso provocó la furia de los reclusos que
pensaban que tenía varios años menos que 18.
Pese a tener unos antecedentes de
consumo de marihuana y pegamento, Micky se alejó de las drogas los primeros
meses de su encierro. El mismo se mostraba sorprendido por ver a los otros
reclusos consumiendo alcohol y consumiendo cocaína sin ningún problema. Él se
dedicó a realizar las actividades que le encargaban los delegados internos y a
participar del grupo del programa de motivación, también asistió al gimnasio, y
finalmente se dedicó a trabajar en la limpieza, fumando marihuana alguna vez,
ya que otros reclusos le invitaban pero siempre evitó engancharse mucho más en
la droga.
Pero su problema mayor no era la
droga sino su abogado. Como no tenía dinero, le fue asignado un abogado de
Defensa Pública que fue a la cárcel una sola vez, después de tres meses, para
decirle que la mejor solución era que se declare culpable de robo para negociar
una pena menor que le permita salir inmediatamente. Cuando sus padres quisieron
preguntar al abogado por qué no lo defendía en lugar de sugerirle que se
declare culpable, les colgó el teléfono.
Sin muchas opciones, porque él
mismo no entendía nada sobre los temas legales, finalmente fue convencido por
el abogado y el recluso que hacía de delegado jurídico de declararse culpable.
Así negoció una pena mínima por complicidad en un hurto de celular, y está
feliz porque acaba de salir en libertad, pero tiene una condena en sus espaldas
por un delito que no cometió.
Sus principales desafíos son
sobrevivir, alejarse de las drogas, encontrar la forma de estudiar y obtener algún
trabajo que le permita solventarse porque la situación económica de su familia
es bastante precaria. “Si no vivo con mi mamá no es porque no quiera, sino
porque no quiero ser una carga más para ella, yo puedo mantenerme solo”. Así
que es un desafío que está asumiendo solo.
Juan Pablo
27 años
Él está por segunda vez detenido
en la cárcel, acusado de venta de drogas. Desde los 13 años comenzó a consumir
marihuana y pasta base, porque había personas en su familia y en su barrio que
consumían también. Uno de ocho hermanos, Juan Pablo vivió sin una contención
familiar y con poco apoyo para continuar en la escuela. Finalmente, dejó de
estudiar y comenzó a buscar la forma de sobrevivir. Su adolescencia la pasó en
contacto con los adolescentes y jóvenes en situación de calle.
Estaba con ellos en 2013 cuando
fue arrestado en una redada policial en una avenida céntrica de la ciudad.
Tenía en su poder dos sobres con dos gramos de pasta base de cocaína que
acababa de comprar para consumir. Mientras permanecía en detención preventiva
en la cárcel, su abogado de Defensa Pública solicitó un examen de cabello, que en
ese tiempo debía hacerse en un laboratorio de la ciudad de La Paz, el cual
permite detectar la presencia de droga en un periodo de tiempo prolongado. Tuvo
que reunir dinero para pagar ese examen, y para eso lo ayudaron su esposa y su
mamá. El examen salió positivo, evidenciando que él era consumidor de drogas, así
que fue liberado en 2014.
Estuvo trabajando después en un
taller, y después en el negocio de un primo, mientras vivía con su mamá y con
su esposa, pero su nivel de consumo de drogas aumentó y mientras los conflictos
familiares no cesaban.
Desde agosto de 2015 está de
nuevo preso, cayó en una situación similar. Lo encontraron con 10 sobres de
pasta base de un gramo cada uno, en la Policía le agregaron en forma
fraudulenta 5 sobre más que pusieron sobre la mesa del lugar donde era
interrogado. Esta vez no logró pedir un examen toxicológico que demuestre que
es consumidor, su abogado se descuidó y sus familiares no hicieron seguimiento,
así que pasó a ser investigado por el supuesto delito de tráfico de drogas.
Meses después de estar preso,
cuando llegó a verlo su abogado y le propuso que se declare culpable de vender
droga bajo el delito de suministro (que tiene de 8 a 12 años de cárcel) en
lugar del delito de tráfico (que tiene entre 10 a 25 años de cárcel), él
aceptó.
Ahora, con 8 años de condena, está
esperando acceder al beneficio del indulto para salir en libertad, para
intentar rehacer su vida, que él siente que debe hacer lejos de su familia ya
que en su caso la relación con la familia en lugar de ayudarlo lo suele llevar
al consumo de drogas y al delito.
Aunque en la cárcel él consume
marihuana y pasta base de cocaína a diario es uno de los reclusos más
trabajadores, lava ropa, limpia las celdas, ayuda a los vendedores de comidas, siempre
está haciendo algún trabajo. Esa situación no es común en otros jóvenes
drogodependientes, no suelen tener la disciplina para organizarse y trabajar.
Juan Pablo sí. “Todos confían en mí
porque me ven que soy trabajador, no soy como los otros chicos, dentro la
cárcel no robo, me mantengo con mi trabajo”.
Su principal preocupación es
mantener también a sus dos hijos pequeños, que están a cargo de su esposa, otra
joven que se gana la vida lavando ropa y haciendo limpieza en domicilios. El
sueño de los cuatro: Juan Pablo, la esposa y los niños es esperar a que él
salga de la cárcel para irse lejos, a comenzar de nuevo.
Joel
22
años
Joel pasa los días en la cárcel
soñando con el momento en que le toque salir en libertad condicional, para solicitar
ser remitido a un centro de tratamiento y rehabilitación, e intentar una vez
más cambiar su vida. Señala que quiere seguir el mismo camino que Mauricio.
El escapó de su casa siendo niño
porque sólo veía violencia y falta de comida. Y pasó su vida tratando de salir
de las calles. Desde los 11 años fuma marihuana y también pasta base de cocaína.
Durante su niñez y adolescencia trabajó como ayudante de albañil, lava autos,
cargador de bultos en el mercado, lustrabotas y en varios otros trabajos que asumía
incluso sólo por días para ayudarse a sobrevivir.
Pese a sus intentos por
reorientar su vida, la falta de opciones lo llevó a caer reiteradamente en la
vida en las calles y en el consumo de drogas, generalmente marihuana. La
violencia policial también lo marcó. Durante su adolescencia, fue arrestado
varias veces por sospecha de consumo de drogas, por sospecha de vivir en la
calle, por sospecha de robo. Recuerda que pasaba fines de semana enteros en las
comisarías policiales, soportando golpes y humillaciones, y orinando en la
misma celda donde dormía junto con varios otros muchachos. Salía de las celdas
policiales después de días sin beber ni comer, y desesperado iba a pedir
monedas en las calles para comprarse agua.
En las ocasiones en que se ponía
a trabajar durante semanas, y trataba de alejarse de las calles, la persecución
policial le interrumpía el intento. Los policías lo veían y le pedían dinero,
de otro modo, lo amenazaban con llevarlo al organismo de investigación criminal
donde le podían endilgar cualquiera de las decenas de denuncias por robo de
billetera que tienen. Como no podía pagar esas cuotas “policiales” con un
trabajo regular donde apenas ganaba para comer en el día y para pagar donde
dormir, tenía que volver a robar.
Tampoco era fácil engancharse a
un trabajo. Un tiempo pudo trabajar lavando autos, pero las zonas de la ciudad
fueron estando cada vez más controladas por grupos de lavadores de autos que no
dejaban trabajar en ellas a los ajenos, y menos a los que eran niños que no podían
luchar por un espacio.
También limpiaba los parabrisas
de los coches, pero no le funcionaba mucho, casi no le daban monedas porque lo
veían sucio y mal vestido. “¡Como si uno ganara dinero para bañarse todos los
días!”, se queja. Muchos le decían que quería dinero para drogarse y no le
daban nada. “Yo también como, no sólo me drogo, eso no entienden”. Después recuerda
que aparecieron más personas limpiando parabrisas, inclusive los extranjeros
itinerantes que comenzaron a hacer malabares en las esquinas, quienes se
comenzaron a llevar las monedas que los conductores antes daban a todos.
Después Joel comenzó a robar los
parabrisas. Lo atraparon y como era menor de edad fue llevado al centro de
privación de libertad para adolescentes infractores. Su paso por ese recinto fue
una muestra de las deficiencias del funcionamiento del sistema de Justicia
Penal para Adolescentes en el país.
Tuvo que cumplir una condena sin el apoyo socioeducativo
que es esencial en el sistema penal para adolescentes, ni otro recurso que le ayude
a una asunción de responsabilidad o le brinde oportunidades de reorientar su
vida. Salió del centro de privación de libertad con la idea de que delinquir era
la mejor forma de obtener dinero. Y siguió, hasta que habiendo pasado ya los 18
años llegó a la cárcel pública, juzgado ahora como adulto.
El primer tiempo en la cárcel lo
pasó entre marihuana y pasta base e intentos de hurtar dinero a los reclusos
acomodados. Pasó por castigos diversos propinados por los delegados de
disciplina. Después se tranquilizó, bajó su nivel de agresividad y comenzó a
pensar de otra manera. Salir de las drogas en su situación es aún un sueño, pero
él lo visualiza como un sueño que podría hacerse realidad. “A mi edad, todavía
puedo cambiar, si quiero lo logro”.
Alex
18 años
Él es huérfano, tiene dos
hermanitos menores que están internados en una casa de acogida del Estado, y un
hermano mayor que trabaja muy duramente para mantener a su familia. Toda la vida de Alex estuvo
marcada por la pobreza extrema, su padre los abandonó, su mamá se quedó sola
con los hijos, él trabajó desde pequeño, pero cuando su mamá murió y lo
alejaron de sus hermanos se quedó sin rumbo, en la calle. Comenzó a fumar
marihuana, a conocer la violencia policial y todas las penurias de los
muchachos en la calle.
Quiso salir de ese camino e
ingresó siendo niño a un programa de apoyo a muchachos en situación de calle,
que consistía en vivir en contacto con la naturaleza criando y cuidando
caballos. Estuvo en el programa en forma intermitente, varios años, se iba y
volvía, después conoció a una muchacha de su edad y tuvo un hijo siendo aún
adolescente, lo que lo motivó a buscar un trabajo regular.
Justo antes de fin de año, iba a
fumar marihuana con unos amigos, así que le enviaron a comprar. Compró dos
sobres de unos cuantos gramos, y en ese momento lo interceptó la Policía.
También detuvieron a los dos jóvenes que le vendieron, a quienes encontraron
diez sobres más de marihuana.
Ya en la Policía, los investigadores unieron
todos los sobres, y pesaron el total de la marihuana decomisada, haciendo
parecer que se había aprehendido a tres vendedores de droga con una sola cantidad
de droga para la venta. “Yo ni me di cuenta de lo que hacían los policías,
estaba asustado, confundido, y todo sucedía tan rápido…”, señala. No se puede
saber ahora cuántos gramos realmente pesaban los dos sobres que él compró para
consumir. Esa diferencia en gramos podría sacarlo de la cárcel en su condición
de consumidor, o mantenerlo allá entre 8 a 12 años por el delito de suministro
de drogas si se asume que la marihuana era para venta.
Tampoco su abogado hizo algo para
mostrar que era consumidor, no solicitó un examen toxicológico para demostrar
que él era consumidor de marihuana. El hermano mayor de Alex se prestó dinero
para pagar un adelanto al abogado, este recibió el dinero y no hizo nada
durante tres meses, sólo sugerir que Alex se declare culpable del delito de
suministro para así negociar una pena menor y acceder al indulto.
Su lucha ahora es probar que es
consumidor de marihuana, no vendedor. Mientras tanto, él trata de mantener alto
el ánimo en la cárcel y evitar consumir drogas. Su mujer y su bebé lo esperan.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario