sábado, 25 de marzo de 2017

Casos e historias de vida


Marco Antonio

27 años

Es el menor de ocho hermanos, y sus recuerdos de niñez están llenos de sucesos traumáticos, precariedad económica y tristeza. Su padrastro se suicidó delante de él. Su padre biológico le lanzaba piedras para ahuyentarlo cuando él lo iba a buscar. Su hermano mayor hizo las veces de padre, pero de una manera cruel, con rigidez y azotes, haciéndole sentir permanentemente que no valía. Así creció pensando que lo que más deseaba era un papá de verdad.

Como la familia se mantenía sólo por el esfuerzo de la madre, que trabajaba en lo que pudiera, a veces no tenían qué comer. Por eso él soñaba con ganar dinero. Cuando vio un payaso en una plaza y le daban monedas se le ocurrió que él también podía hacer lo mismo. Comenzó a realizar pequeñas labores, incluso vendiendo empanadas junto con su mamá.

Los hermanos, todos mayores, se fueron yendo a construir sus vidas. Él se quedó con su sufrimiento, pese a la cercanía y al amor de su madre, su vacío emocional no pudo llenarse. Intentó suicidarse alrededor de los 10 años, no lo logró. Pese a que su padre biológico continuaba evitando el contacto, él siguió insistiendo, un día que hubo un problema en el colegio lo hizo llamar, él nunca llegó. Ese día comenzó a fumar marihuana. Tenía 12 años.

Después de un tiempo, cuando se dieron cuenta en la casa que fumaba marihuana, lo azotaban, al punto que él tiene cicatrices de esas palizas. Sin embargo, su mamá lo defendía, no cesó nunca de apoyarlo, así que poco antes de cumplir los 15 años él decidió dejar las drogas, él mismo fue a buscar un centro de tratamiento y rehabilitación. Se internó, pero tuvo que escapar a los pocos días porque un adulto internado en el centro intentó violarlo.

De ahí en adelante, su vida fue una escalada de consumo y venta de drogas, e incursión en delitos de hurto y robo. Era un consumidor de marihuana, pero también aprendió a consumir ‘pilas’ (medicamentos controlados), pasta base de cocaína y clorhidrato de cocaína. Fue aprehendido muchas veces por la Policía y torturado de formas inimaginables en las unidades policiales.

Marco Antonio también entabló una relación con otra muchacha, igual consumidora habitual de drogas, una unión irregular y conflictiva de la cual tuvo dos hijos, quienes han estado casi todo el tiempo al cuidado de la mamá de Marco Antonio. Finalmente, habiendo llegado a la cárcel por tercera vez, la pareja se fue, y ambos perdieron la custodia de sus hijos.

Mientras las primeras dos veces que cayó a la cárcel, estuvo preso pocas semanas, la tercera vez sí tuvo que cumplir una condena de cinco años por robo. En la cárcel sustituyó el consumo de marihuana por el de pasta base de cocaína. Durante un tiempo formó parte de los “incorregibles” de la cárcel, no quería acatar reglas, se mantenía en permanente confrontación con todos los reclusos. 

Finalmente, con el paso de los años, se fue cansando de la vida de violencia, drogodependencia y soledad, y decidió buscar una salida, justamente en el momento en que estaba pensando en un cambio se encontró con el programa de motivación.

El mismo le pidió a la juez que en lugar de salir en libertad condicional, sea remitido a un centro de tratamiento y rehabilitación de adicciones. Ahora está internado, ha superado la fase de desintoxicación sin problemas y está dispuesto a continuar hasta salir de la dependencia a las drogas, reconstruir su relación familiar y recuperar su vida. Como él mismo dice: “Quiero recuperar todo lo que he perdido. Tengo que ser feliz alguna vez”.

Sus únicos tormentos ahora son los dolores frecuentes que tiene por la infección de varios de sus dientes que en algunos casos llega a los huesos de la cara, y los grandes esfuerzos que hace su familia para pagar la alta cuota mensual del centro del tratamiento y rehabilitación. Para el futuro también tiene el desafío de la inserción social.



Micky

18 años

El nació en el campo, en una zona de mucha producción agrícola pero también de mucha pobreza. Es uno de seis hermanos, su padre los abandonó, sólo tiene a su mamá que vende en el mercado de una provincia alejada. Movido por la pobreza, siendo niño vino a la ciudad y buscó formas de sobrevivir.

Pasó su niñez limpiando parabrisas de los autos con su hermanito, aprovechando las paradas en los semáforos, hasta muy altas horas de la madrugada. Después con el dinero ganado comían y buscaban telos (habitaciones/alojamiento donde duermen varias personas sobre el piso) donde dormir. También se hizo miembro de varios grupos de muchachos en situación de calle, probó a inhalar pegamento y fumó marihuana. Pero hay algo en él, quizás esa permanente sensación de alegría y optimismo que muestra hasta en los peores momentos, que lo protegió de caer en adicciones.

Experimentó varias aprehensiones policiales, y las palizas y otras formas de tortura aplicadas por los funcionarios policiales. Pasó también por varias de las reiteradas “operaciones limpieza” en que las autoridades mandan a la Policía a recoger a las personas que viven en la calle e internarlas en centros cerrados por un tiempo, de los que después ellas escapan y vuelven a las calles a falta de otras oportunidades.

Intentó volver a vivir con su mamá, allá en el campo, ella también intentó llevarlo con ella, pero diversas situaciones impedían que vuelvan a vivir juntos. Así que se quedó en la ciudad, manteniendo mayor relación con su tío y sus primos.

Un día, Micky terminó de trabajar lavando autos y fue a la avenida donde se encontraban un grupo de amigos suyos que vivían en situación de calle; de repente uno de los muchachos introdujo el brazo por la ventanilla de un coche y sacó un teléfono celular, al correr le pasó al hermanito de Micky, y cuando la gente los agarró a todos Micky tomó el celular para que el hermanito no fuera culpado. Micky fue enviado a la cárcel.

Los primeros días en la cárcel los pasó muy asustado. No tenía forma de pagar ni derecho de piso ni cuota de limpieza (cobros comunes que los delegados internos hacen a los nuevos reclusos), y tenía miedo de ir al baño porque algunos reclusos lo amenazaban con golpearlo o le hacían amenazas en broma que él tomaba en serio.

Después de fue tejiendo una red de solidaridad alrededor de él. Estuvo seis meses preso, es físicamente muy pequeño para su edad por lo cual su ingreso provocó la furia de los reclusos que pensaban que tenía varios años menos que 18.

Pese a tener unos antecedentes de consumo de marihuana y pegamento, Micky se alejó de las drogas los primeros meses de su encierro. El mismo se mostraba sorprendido por ver a los otros reclusos consumiendo alcohol y consumiendo cocaína sin ningún problema. Él se dedicó a realizar las actividades que le encargaban los delegados internos y a participar del grupo del programa de motivación, también asistió al gimnasio, y finalmente se dedicó a trabajar en la limpieza, fumando marihuana alguna vez, ya que otros reclusos le invitaban pero siempre evitó engancharse mucho más en la droga.

Pero su problema mayor no era la droga sino su abogado. Como no tenía dinero, le fue asignado un abogado de Defensa Pública que fue a la cárcel una sola vez, después de tres meses, para decirle que la mejor solución era que se declare culpable de robo para negociar una pena menor que le permita salir inmediatamente. Cuando sus padres quisieron preguntar al abogado por qué no lo defendía en lugar de sugerirle que se declare culpable, les colgó el teléfono.

Sin muchas opciones, porque él mismo no entendía nada sobre los temas legales, finalmente fue convencido por el abogado y el recluso que hacía de delegado jurídico de declararse culpable. Así negoció una pena mínima por complicidad en un hurto de celular, y está feliz porque acaba de salir en libertad, pero tiene una condena en sus espaldas por un delito que no cometió.

Sus principales desafíos son sobrevivir, alejarse de las drogas, encontrar la forma de estudiar y obtener algún trabajo que le permita solventarse porque la situación económica de su familia es bastante precaria. “Si no vivo con mi mamá no es porque no quiera, sino porque no quiero ser una carga más para ella, yo puedo mantenerme solo”. Así que es un desafío que está asumiendo solo.



Juan Pablo

27 años

Él está por segunda vez detenido en la cárcel, acusado de venta de drogas. Desde los 13 años comenzó a consumir marihuana y pasta base, porque había personas en su familia y en su barrio que consumían también. Uno de ocho hermanos, Juan Pablo vivió sin una contención familiar y con poco apoyo para continuar en la escuela. Finalmente, dejó de estudiar y comenzó a buscar la forma de sobrevivir. Su adolescencia la pasó en contacto con los adolescentes y jóvenes en situación de calle.

Estaba con ellos en 2013 cuando fue arrestado en una redada policial en una avenida céntrica de la ciudad. Tenía en su poder dos sobres con dos gramos de pasta base de cocaína que acababa de comprar para consumir. Mientras permanecía en detención preventiva en la cárcel, su abogado de Defensa Pública solicitó un examen de cabello, que en ese tiempo debía hacerse en un laboratorio de la ciudad de La Paz, el cual permite detectar la presencia de droga en un periodo de tiempo prolongado. Tuvo que reunir dinero para pagar ese examen, y para eso lo ayudaron su esposa y su mamá. El examen salió positivo, evidenciando que él era consumidor de drogas, así que fue liberado en 2014.

Estuvo trabajando después en un taller, y después en el negocio de un primo, mientras vivía con su mamá y con su esposa, pero su nivel de consumo de drogas aumentó y mientras los conflictos familiares no cesaban.

Desde agosto de 2015 está de nuevo preso, cayó en una situación similar. Lo encontraron con 10 sobres de pasta base de un gramo cada uno, en la Policía le agregaron en forma fraudulenta 5 sobre más que pusieron sobre la mesa del lugar donde era interrogado. Esta vez no logró pedir un examen toxicológico que demuestre que es consumidor, su abogado se descuidó y sus familiares no hicieron seguimiento, así que pasó a ser investigado por el supuesto delito de tráfico de drogas.

Meses después de estar preso, cuando llegó a verlo su abogado y le propuso que se declare culpable de vender droga bajo el delito de suministro (que tiene de 8 a 12 años de cárcel) en lugar del delito de tráfico (que tiene entre 10 a 25 años de cárcel), él aceptó.

Ahora, con 8 años de condena, está esperando acceder al beneficio del indulto para salir en libertad, para intentar rehacer su vida, que él siente que debe hacer lejos de su familia ya que en su caso la relación con la familia en lugar de ayudarlo lo suele llevar al consumo de drogas y al delito.

Aunque en la cárcel él consume marihuana y pasta base de cocaína a diario es uno de los reclusos más trabajadores, lava ropa, limpia las celdas, ayuda a los vendedores de comidas, siempre está haciendo algún trabajo. Esa situación no es común en otros jóvenes drogodependientes, no suelen tener la disciplina para organizarse y trabajar. Juan Pablo sí.  “Todos confían en mí porque me ven que soy trabajador, no soy como los otros chicos, dentro la cárcel no robo, me mantengo con mi trabajo”.

Su principal preocupación es mantener también a sus dos hijos pequeños, que están a cargo de su esposa, otra joven que se gana la vida lavando ropa y haciendo limpieza en domicilios. El sueño de los cuatro: Juan Pablo, la esposa y los niños es esperar a que él salga de la cárcel para irse lejos, a comenzar de nuevo.



Joel

22 años

Joel pasa los días en la cárcel soñando con el momento en que le toque salir en libertad condicional, para solicitar ser remitido a un centro de tratamiento y rehabilitación, e intentar una vez más cambiar su vida. Señala que quiere seguir el mismo camino que Mauricio.

El escapó de su casa siendo niño porque sólo veía violencia y falta de comida. Y pasó su vida tratando de salir de las calles. Desde los 11 años fuma marihuana y también pasta base de cocaína. Durante su niñez y adolescencia trabajó como ayudante de albañil, lava autos, cargador de bultos en el mercado, lustrabotas y en varios otros trabajos que asumía incluso sólo por días para ayudarse a sobrevivir.

Pese a sus intentos por reorientar su vida, la falta de opciones lo llevó a caer reiteradamente en la vida en las calles y en el consumo de drogas, generalmente marihuana. La violencia policial también lo marcó. Durante su adolescencia, fue arrestado varias veces por sospecha de consumo de drogas, por sospecha de vivir en la calle, por sospecha de robo. Recuerda que pasaba fines de semana enteros en las comisarías policiales, soportando golpes y humillaciones, y orinando en la misma celda donde dormía junto con varios otros muchachos. Salía de las celdas policiales después de días sin beber ni comer, y desesperado iba a pedir monedas en las calles para comprarse agua.

En las ocasiones en que se ponía a trabajar durante semanas, y trataba de alejarse de las calles, la persecución policial le interrumpía el intento. Los policías lo veían y le pedían dinero, de otro modo, lo amenazaban con llevarlo al organismo de investigación criminal donde le podían endilgar cualquiera de las decenas de denuncias por robo de billetera que tienen. Como no podía pagar esas cuotas “policiales” con un trabajo regular donde apenas ganaba para comer en el día y para pagar donde dormir, tenía que volver a robar.

Tampoco era fácil engancharse a un trabajo. Un tiempo pudo trabajar lavando autos, pero las zonas de la ciudad fueron estando cada vez más controladas por grupos de lavadores de autos que no dejaban trabajar en ellas a los ajenos, y menos a los que eran niños que no podían luchar por un espacio.

También limpiaba los parabrisas de los coches, pero no le funcionaba mucho, casi no le daban monedas porque lo veían sucio y mal vestido. “¡Como si uno ganara dinero para bañarse todos los días!”, se queja. Muchos le decían que quería dinero para drogarse y no le daban nada. “Yo también como, no sólo me drogo, eso no entienden”. Después recuerda que aparecieron más personas limpiando parabrisas, inclusive los extranjeros itinerantes que comenzaron a hacer malabares en las esquinas, quienes se comenzaron a llevar las monedas que los conductores antes daban a todos.

Después Joel comenzó a robar los parabrisas. Lo atraparon y como era menor de edad fue llevado al centro de privación de libertad para adolescentes infractores. Su paso por ese recinto fue una muestra de las deficiencias del funcionamiento del sistema de Justicia Penal para Adolescentes en el país. 

Tuvo que cumplir una condena sin el apoyo socioeducativo que es esencial en el sistema penal para adolescentes, ni otro recurso que le ayude a una asunción de responsabilidad o le brinde oportunidades de reorientar su vida. Salió del centro de privación de libertad con la idea de que delinquir era la mejor forma de obtener dinero. Y siguió, hasta que habiendo pasado ya los 18 años llegó a la cárcel pública, juzgado ahora como adulto.

El primer tiempo en la cárcel lo pasó entre marihuana y pasta base e intentos de hurtar dinero a los reclusos acomodados. Pasó por castigos diversos propinados por los delegados de disciplina. Después se tranquilizó, bajó su nivel de agresividad y comenzó a pensar de otra manera. Salir de las drogas en su situación es aún un sueño, pero él lo visualiza como un sueño que podría hacerse realidad. “A mi edad, todavía puedo cambiar, si quiero lo logro”.



Alex

18 años

Él es huérfano, tiene dos hermanitos menores que están internados en una casa de acogida del Estado, y un hermano mayor que trabaja muy duramente para mantener a su familia. Toda la vida de Alex estuvo marcada por la pobreza extrema, su padre los abandonó, su mamá se quedó sola con los hijos, él trabajó desde pequeño, pero cuando su mamá murió y lo alejaron de sus hermanos se quedó sin rumbo, en la calle. Comenzó a fumar marihuana, a conocer la violencia policial y todas las penurias de los muchachos en la calle.

Quiso salir de ese camino e ingresó siendo niño a un programa de apoyo a muchachos en situación de calle, que consistía en vivir en contacto con la naturaleza criando y cuidando caballos. Estuvo en el programa en forma intermitente, varios años, se iba y volvía, después conoció a una muchacha de su edad y tuvo un hijo siendo aún adolescente, lo que lo motivó a buscar un trabajo regular.

Justo antes de fin de año, iba a fumar marihuana con unos amigos, así que le enviaron a comprar. Compró dos sobres de unos cuantos gramos, y en ese momento lo interceptó la Policía. También detuvieron a los dos jóvenes que le vendieron, a quienes encontraron diez sobres más de marihuana. 

Ya en la Policía, los investigadores unieron todos los sobres, y pesaron el total de la marihuana decomisada, haciendo parecer que se había aprehendido a tres vendedores de droga con una sola cantidad de droga para la venta. “Yo ni me di cuenta de lo que hacían los policías, estaba asustado, confundido, y todo sucedía tan rápido…”, señala. No se puede saber ahora cuántos gramos realmente pesaban los dos sobres que él compró para consumir. Esa diferencia en gramos podría sacarlo de la cárcel en su condición de consumidor, o mantenerlo allá entre 8 a 12 años por el delito de suministro de drogas si se asume que la marihuana era para venta.

Tampoco su abogado hizo algo para mostrar que era consumidor, no solicitó un examen toxicológico para demostrar que él era consumidor de marihuana. El hermano mayor de Alex se prestó dinero para pagar un adelanto al abogado, este recibió el dinero y no hizo nada durante tres meses, sólo sugerir que Alex se declare culpable del delito de suministro para así negociar una pena menor y acceder al indulto.

Su lucha ahora es probar que es consumidor de marihuana, no vendedor. Mientras tanto, él trata de mantener alto el ánimo en la cárcel y evitar consumir drogas. Su mujer y su bebé lo esperan.


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